Queridos seguidores, queridos sufridores,
queridos míos:
Con gran dolor de mi corazón debo
anunciaros, muy a mi pesar, el término –de momento- de este esperpéntico blog.
Por una parte, no acabo de tener
sustanciosas noticias de mi querida Susi. Supongo que está bien, pero me
entristece no tener nada nuevo que ofreceros.
Mis hijos están desaparecidos en combate. Pablo parece muy afectado por mi jubilación (él no puede jubilarse aún) y no me envía noticias de sus alumnos, ni de sus trabajos, ni de sus inquietudes o proyectos. Mi Santa casi me ha abandonado para echarse en brazos de Puri, del cinquillo y de las interminables reuniones con sus amigas y me ha dejado un recuerdo de ella a base de lavadoras inacabables, montañas infinitas de plancha y una enorme pila de cacharros sucios en el fregadero que no sé cómo gestionar correctamente. Dudo entre poner el suavizante en el tambor de lavadora directamente o echar un chorrito después de la colada, para que huela mejor. Las camisas no me quedan bien, la ropa me sale amarillenta y me he convertido en una odiosa y despreciable maruja. Ahora comparto recetas y trucos caseros en la cola de la pescadería con mis homólogas. Les doy la vez y discuto como un verdulero si alguien se me cuela.
Mis hijos están desaparecidos en combate. Pablo parece muy afectado por mi jubilación (él no puede jubilarse aún) y no me envía noticias de sus alumnos, ni de sus trabajos, ni de sus inquietudes o proyectos. Mi Santa casi me ha abandonado para echarse en brazos de Puri, del cinquillo y de las interminables reuniones con sus amigas y me ha dejado un recuerdo de ella a base de lavadoras inacabables, montañas infinitas de plancha y una enorme pila de cacharros sucios en el fregadero que no sé cómo gestionar correctamente. Dudo entre poner el suavizante en el tambor de lavadora directamente o echar un chorrito después de la colada, para que huela mejor. Las camisas no me quedan bien, la ropa me sale amarillenta y me he convertido en una odiosa y despreciable maruja. Ahora comparto recetas y trucos caseros en la cola de la pescadería con mis homólogas. Les doy la vez y discuto como un verdulero si alguien se me cuela.
Presiento, por otra parte, que no he
sabido conjugar mis intereses de jubilación con la realidad de la vida postlaboral.
Me encuentro al borde de la depresión. Mis amigos me miran con
conmiseración y cierta tristeza. Me
preguntan: “Antón, ¿estás bien? Tienes mala cara –me dicen”.
Me avergüenzo de mí mismo.
P.S.: (Aunque no todo es tan negativo, porque
libraré los jueves y tal vez algún día me reencuentre con vosotros, amados
míos).