domingo, 2 de marzo de 2014

Un adiós no es para siempre

      Queridos seguidores, queridos sufridores, queridos míos:
    Con gran dolor de mi corazón debo anunciaros, muy a mi pesar, el término –de momento- de este esperpéntico blog.
     Por una parte, no acabo de tener sustanciosas noticias de mi querida Susi. Supongo que está bien, pero me entristece no tener nada nuevo que ofreceros.
   Mis hijos están desaparecidos en combate. Pablo parece muy afectado por mi jubilación (él no puede jubilarse aún) y no me envía noticias de sus alumnos, ni de sus trabajos, ni de sus inquietudes o proyectos. Mi Santa casi me ha abandonado para echarse en brazos de Puri, del cinquillo y de las interminables reuniones con sus amigas y me ha dejado un recuerdo de ella a base de lavadoras inacabables, montañas infinitas de plancha y una enorme pila de cacharros sucios en el fregadero que no sé cómo gestionar correctamente. Dudo entre poner el suavizante en el tambor de lavadora directamente o echar un chorrito después de la colada, para que huela mejor. Las camisas no me quedan bien, la ropa me sale amarillenta y me he convertido en una odiosa y despreciable maruja. Ahora comparto recetas y trucos caseros en la cola de la pescadería con mis homólogas. Les doy la vez y discuto como un verdulero si alguien se me cuela.
     Presiento, por otra parte, que no he sabido conjugar mis intereses de jubilación con la realidad de la vida postlaboral. Me encuentro al borde de la depresión. Mis amigos me miran con conmiseración  y cierta tristeza. Me preguntan: “Antón, ¿estás bien? Tienes mala cara –me dicen”.
    Me avergüenzo de mí mismo.
   P.S.: (Aunque no todo es tan negativo, porque libraré los jueves y tal vez algún día me reencuentre con vosotros, amados míos). 

domingo, 23 de febrero de 2014

Pasar a mejor vida

     “Pasaré a mejor vida”. Eso creía yo que iba a ocurrir cuando me decidí a firmar los papeles de la propuesta de jubilación que me hizo mi jefe: que pasaría a mejor vida. ¡Ja!
     Hombre, la verdad es que no tener que levantarte a las 7 de la mañana para ir al trabajo es mucho. Quedarte en la cama un ratito más, remolonear y desperezarte a tu aire es una gozada, francamente. Homogeneizar los días de la semana, saber que siempre es domingo, un sueño. Disponer de tu tiempo para dedicarlo a tus cosas es demasiado. Leer, escribir, pasear, “bricolear” a gusto, sencillamente insuperable.
     Pasé algún tiempo mientras se tramitaba mi solicitud de jubilación venga a hacer planes: se acabó poner el despertador; a partir de ahora desayunaría en la cama mientras leía los diarios en internet. A media mañana, bien desperezado y con el cuerpo bien dispuesto, me pondría manos a la obra en mis proyectos de bricolaje. A mediodía, acudiría a almorzar con mis excompañeros de trabajo, a darles un poco de envidia...
-    Antón, qué bien te ves –me dirían. Cómo se nota que vives en otra galaxia –añadirían con cierta envidia.
     Y yo, le quitaría importancia al asunto con una mentirijilla piadosa del tipo:
-     “No creas, no creas, que la vida es muy monótona. Al principio, bien; pero luego te acostumbras, echas de menos a los compañeros, te aíslas socialmente y... la verdad, algunas veces os envidio un poco. Lleváis una vida tan ordenada... Y no como yo, que no sé en qué día vivo”.
    Por la tarde, siesta, un paseo y lectura que alternaré con la escritura de mis memorias, que serán, sin duda, todo un bestseller entre mis amigos. En fin, una vida de pequeños placeres que me he ganado a través de mis años de trabajo.
     Pero está visto que mi Santa iba haciendo sus planes al tiempo que yo los míos. Y, sin duda, eran bien diferentes:
-“Tráeme el desayuno a la cama. Me voy a la pelu. Saca el lavavajillas. Pon la lavadora y tiéndela. Pasa el aspirador. Controla la comida, que está en el fuego. Hoy vendré tarde, que me quedo a comer en casa de Puri..." Y así.
     Ahora bien, le he dejado las cosas muy, pero que muy claras:
     El jueves, libro.
     ¡Faltaría más!



domingo, 16 de febrero de 2014

Mi infancia (6)

     Coleccionábamos de todo. Apreciábamos mucho los billetes de tren que buscábamos afanosamente en las vías o bien se los solicitábamos a los viajeros al final del recorrido. Eran de cartón, rectangulares, como fichas de dominó grandes que guardábamos cuidadosamente en las pequeñas cajas de cerillas a las que habíamos quitado el recipiente en el que se depositaban aquéllas. Todo ello lo atesoraba en una gran caja de zapatos. El conjunto quedaba muy propio. Los billetes servían como moneda de cambio para los juegos.
     Si jugábamos a “montar”, los dejábamos caer desde una altura determinada pegados a la pared. El billete que montaba se quedaba con todos los que había en el suelo. Aquellos billetes tenían valor facial. Los billetes más deseados eran los de primera clase que no estuvieran picados o taladrados; luego, los de segunda y, finalmente, los de tercera. Como también eran de colores diferentes, teníamos un abanico importante para cambiarlos en nuestro particular mercado. Así, por ejemplo, los de primera sin picar que tuvieran una raya roja eran los más buscados y se podían cambiar por varios de segunda o de tercera clase -a precio de mercado- el cual venía determinado por las ansias de usura de nosotros según el día y el pardillo de turno.
     Ya asomaban claramente los destellos negociadores, predelincuenciales y mafiosillos de los miembros  que formábamos aquella banda de “moco verde”.
     En mis múltiples tardes ociosas de reclusión, con buen tiempo, y cansado de leer o de maquinar barbaridades, decidía ponerlas en práctica. Así, por ejemplo, acostumbraba a asomarme a la ventana y charlaba  con mis amigos –me gritaban, más bien- las últimas novedades de aquéllos que disponían del bien más preciado para mí de la libertad no restringida.
     Yo era “de la piel del diablo” –término que acuñaron contra mí algunas de las beatas bien pensantes que en otro tiempo se admiraron de mis dos coronillas y de mi indómito peinado. También yo era un poco huevón y gilipichi: un “toca narices”, al fin y al cabo, como os relato a continuación:
     De vez en cuando me asomaba a la ventana y echaba billetes de tren como si fuera un sabroso maná que todo el mundo quisiera atrapar. Aquellos angelitos se lanzaban en pos de ellos y, cuanto más enfrascados estaban mis compañeros en recoger aquel producto de origen casi celestial, cuando más ahínco ponían en atrapar aquella lluvia inopinada de billetes, repentinamente les caía un aguacero procedente de mi mala leche concentrada y de un hermoso cubo. Luego, con la celeridad del rayo, cerraba la ventana y me escondía como si ello pudiera minorar la sed de venganza de aquellos bañistas improvisados.
      A veces tenía suerte y, como pasaba tanto tiempo castigado, a mi regreso a la vida en la calle con la pandilla se habían olvidado aquellos incidentes.
     En cambio, otras, ocurría que me estaban esperando para hacerme pagar por todas mis gamberradas.
     ¡Inmisericordes!

domingo, 9 de febrero de 2014

Jubilación

     Ayer recibí una noticia que no querría haber recibido en la vida; al menos, en mucho tiempo. Mi jefe se acercó a mí, como otras veces, para supervisar mi trabajo, charlar conmigo y contrastar opiniones. Arrimó una silla y se sentó a mi lado como había hecho en tantas y tantas ocasiones. Me preguntó:
     -¿Cómo van los “rankings”? ¿Hemos mejorado? (Justamente tenía en ese momento la estadística de barras del último período y se la mostré).
     -No está mal, -respondí con cierto entusiasmo. Creo que hemos mejorado un poco. Dados los tiempos que vivimos no me parece una mala evolución –añadí.
     Titubeó un poco.
      -¿Quieres un café? –me preguntó.
    -Buf, -resoplé. No, gracias, no. Acabo de tomarme uno. Van a ser demasiados –le respondí. Últimamente tengo la tensión un poco alta y tengo que cuidarme –zanjé.
     -Antón... -susurró mi jefe en un tono gutural, algo resacoso, que pareciera que le costaba respirar. Tengo una propuesta... (hizo una breve pausa y continuó) que no... (nueva pausa; ahora me miró a los ojos y añadió al tiempo que enarcaba suavemente las cejas) que no... (repitió) podrás... rechazar... (y estiró el final de estas palabras hasta el infinito, al tiempo que rodeaba con su brazo mi cuerpo)...
     Por un momento me estremecí. Había algo demasiado solemne y misterioso en sus palabras. Su tono me inquietaba.
     -¿Dónde habré oído yo estas palabras? –pensé. Y como un relámpago acudieron a mi mente las palabras de don Vito Corleone (Marlon Brando) a Johnny Fontane (Al Martino) en El padrino.
     -Verás, -me dijo en tono paternalista- te he incluido en la lista. Aún no es definitiva –intentó tranquilizarme. Creo que es, sin embargo, una buena opción.  
     Parecía ser una buena oferta, pero yo estaba incómodo.     
    Hablaba con frases entrecortadas y firmes que él alargaba intencionadamente para darle un aire más inquietante aún. Eran como pequeños picotazos que yo recibía en mi cabeza. Me alargó un papel. Comprendí enseguida que eran las condiciones que yo podría firmar si quería. A bote pronto no parecían demasiado malas. Había que hacer ajustes en la empresa y eliminar personal. Debería pensarlo porque, en el fondo, el cambio era brusco y, aunque no puedo quejarme de la vida que llevo en la oficina...
     Pasaría a mejor vida.

domingo, 2 de febrero de 2014

Yo estuve allí

     Estuve con mi Santa en la convocatoria “Rodea el Congreso” del pasado 25 de septiembre de 2012. No hace falta que os cuente que no pudo ser, ni de cómo estaba aquello de protegido. Posteriormente, a la convocatoria del 14 de diciembre, no pudimos acudir.
     Mi Santa es una persona algo testaruda y perseverante, de modo que aquello, aunque en alguna medida le frustró, le dio argumentos para ver la manera de conseguir el objetivo previsto. Aquel día, ella, como el general MacArthur cuando hubo de abandonar las Filipinas ante el ataque japonés, exclamó: “Me voy, pero volveré”. Y se prometió que lo lograría.
     Yo, en aquel momento, no le di mayor importancia. ¡Cosas de mi mujer!-pensé. Ya se le pasará. Lo mismo que a mí, que se me olvidó completamente.
    Pero la vida sigue, y así, un buen día me invitó a visitar Madrid. Eligió las fechas navideñas porque la ciudad, en esos días está muy bonita, muy adornada, hay mucho  ambiente... 
  Como unos turistas más paseamos por sus calles, recorrimos sus avenidas, caminamos lo que no está escrito, nos dieron las tantas... y caímos -¡mira tú!- por Neptuno. Creo que ya había entrado la madrugada y no había apenas gente. De allí, por la Carrera de San Jerónimo, al Congreso de los Diputados. Ante la puerta principal, el segurata de turno, tocado con tricornio, se paseaba -aburrido- entre los leones de la entrada. Salió de su indiferencia cuando me aproximé (se ve que en exceso) a la entrada con intención de sacar una foto. Se acercó a mí para advertirme, momento en que mi Santa, en un alarde de juventud, arrancó a correr como una loca al grito de “banzai”, a modo de ataque militar desesperado, y se coló por la calle Fernanflor, que está justito a la derecha del edificio según se mira. El guardia civil, sorprendido, intentó en un principio perseguirla. Apenas dio tres o cuatro pasos y regresó donde yo estaba, pero se encontró con que yo ya me había alejado lo suficiente de allí como para que él abandonara su puesto. Con desgana, se encogió de hombros y debió de pensar lo mismo que yo.
   Casi no me había recuperado del susto cuando, por la calle Zorrilla esquina con la Carrera de San Jerónimo, apareció ella exultante. Su rostro, feliz, triunfante...Estaba pletórica e iba haciendo con los dedos el signo de la victoria.
     ¡Lo había conseguido!

domingo, 26 de enero de 2014

Urgencias

     Soy una persona algo obsesiva con mi salud. No es que sea un hipocondríaco, pero me preocupo por ella. La semana pasada padecí un pequeño accidente doméstico y me llevé un buen susto: me caí en la bañera y me di un tremendo golpe en la parte parietal occipital del cráneo (todo ello según la versión del sesudo galeno que me atendió en urgencias).
     Al escuchar el sonoro batacazo que me arreé, acudió presta al aseo mi Santa quien, tras constatar mi penoso estado, se desmayó.
     De modo que allí estaba yo solo e inerme para solucionar aquella extraña situación. Tras incorporar penosamente mi cuerpo doliente como pude, me sequé, me vestí, espabilé –a medias- a mi Santa y la metí en el coche no sin grandes dificultades.
     Allá que llegué a urgencias y allí que me surgió la primera duda: ¿a quién debían atender antes? Yo dije que “las damas primero” (la educación machista recibida es lo que tiene), aunque a mí me doliera terriblemente la cabeza. Apenas me había percatado de que tenía una brecha de la que aún manaba un hilillo de sangre ya casi coagulado. Iba a medio vestir. Mi cara, ensangrentada, debía de ser un “poema”. La gente me miraba con estupor, como si se hubieran encontrado repentinamente con Norman Bates, el de “Psicosis”. Me cedían el paso, medrosos, como si fuera un terrible asesino o un apestado.
     Finalmente me derrumbé. No sé bien cuánto tiempo pasó desde que accedí a urgencias hasta que salí por la puerta del hospital, pero me pareció una eternidad. En contra de lo que la gente pudiera pensar, no regresé con un turbante en la cabeza, ni siquiera con un esparadrapo o un vendaje llamativo. A mí, la verdad, me habría gustado que así hubiera sido, para poder fardar en la oficina o siquiera para parecer importante delante de mi Santa y que me tuviera en cuenta por una temporada y que me cuidara, me diera calditos, me hiciera mimos... En fin, que me hiciera todas esas cosas que nos gustan a los hombres que no presumimos todos los días de machotes.
     En realidad salí del hospital un poco abatido, triste, desolado y un poco avergonzado porque, aparte del chichón evidente que llevaba (bañado en betadine) y un par de puntos de sutura que me habían colocado, no había nada más.
     Mi Santa, muy cariñosa, se acercó a mí rauda y veloz; acercó sus manos a mi rostro y examinó mi herida. Tras unos segundos gritó “urbi et orbi”: “Debería darles vergüenza tener matasanos que no saben hacer una vainica doble”.
     Para vergüenza, la mía. Sí.

domingo, 19 de enero de 2014

Soledad (La Susi íntima)

     Apenas tenemos noticias relevantes de la Susi desde que decidió irse a EE.UU. He rebuscado en su diario algo ilusionante que mantenga vivo su recuerdo. He escogido esta poesía que, aunque no es gran cosa, muestra bien a las claras un poquito de su ternura. 
     O a mí, así me lo parece.










domingo, 12 de enero de 2014

Mi infancia (5)

     A veces, cansado de la lectura o simplemente por distracción, me asomaba a la ventana de mi habitación y veía a los niños del barrio jugar en la plazoleta de debajo de mi casa a las chapas, la peonza o al “gua” con las canicas.
     Juguetes no teníamos muchos y la mayoría eran de fabricación casera. Por ejemplo, las chapas de las botellas las revestíamos interiormente con la imagen de nuestros deportistas favoritos. Después le colocábamos encima, lo más ajustado posible, un cristal que habíamos cogido previamente del vertedero, al que finalmente recortábamos y redondeábamos a base de comerle los bordes al introducirlo entre juntas de baldosas (imaginaos cómo acabarían estas) y, finalmente, lo fijábamos con masilla de cristalero, que era como una especie de plastilina que olía muy mal. Así teníamos enmarcados a nuestros héroes. Si se trataba de fútbol, Puskas, Suárez, Gento... O ciclistas como Manzaneque o Bahamontes eran nuestros favoritos.
     Las chapas eran un bien muy preciado. Con tiza que cogíamos de la escuela, pintábamos circuitos ciclistas que había que seguir sin salirse del camino. Aquello tenía de todo: ríos en los que si caías te obligaban a empezar; estrechamientos por los que no cabían dos chapas y, que en caso de que una chocara con la otra y la sacara del camino, debía pagar con billetes de tren, con otra chapa o con alguna canica, la posibilidad de poder seguir en la carrera, etc.
     Las canicas las elaborábamos con barro del monte, modelado y redondeado, puesto a secar y cocido al horno; después, una manita de pintura si se podía. Aquello, como es evidente, constituía una guarrería de innumerables huellas que yo iba dejando por toda la casa con el enfado consiguiente de mi madre, mayormente, quien se “bastaba” por sí sola y a la que no le temblaba el pulso lo más mínimo.
     Tenía mi madre un arte, un saber hacer, un control y un dominio de la zapatilla más que evidente a juzgar por la cantidad de zapatillazos que yo recibía cada día. Y eso, a pesar de que era bastante rápido en evitarla por la cuenta que me tenía. Esas situaciones cotidianas no supusieron para mí ningún trauma infantil, ni la denuncié ante un juez de menores. Tampoco le oí decir jamás “ya verás cuando llegue tu padre” o cosas parecidas.
     Porque, ya, “si eso”, también él me atizaba.


domingo, 22 de diciembre de 2013

La San Silvestre

     Mi hijo el mayor, el cachondo mental, me propone participar en la San Silvestre Vallecana de este año. Él es un atleta consumado y yo no sé realmente si tomármelo en serio o debo pensar que se quiere reír de mí. Evidentemente, pienso que está de guasa. Le sigo la broma, pero poco a poco el asunto va tomando un cariz más serio y profundo. Tanto es así que finalmente amenaza con ser definitivo e inamovible. Ya ha comprometido a su tía “Mon-t-se”, a su marido, a su novia, a mi Santa -a la que disfrazará de árbol porque le da vergüenza que la reconozcan- y a no sé quién más. La va a liar parda.
     Yo me defiendo como puedo; me disculpo diciendo que ya no tengo años para ello. Insiste una y otra vez, es más pesado que una vaca en brazos. No cede. Intenta liar a todo el mundo.
     Yo no sé cómo escabullirme, pues está muy pelmazo. Alego en mi defensa que hace mucho tiempo que no hago ejercicio físico, que estoy mayor (pretendo dar pena). Digno hijo de su madre, no me escucha, no me hace caso y va a la suya. Insiste. Insisto. Lucho para defenderme y evitar el imposible: escaquearme. Así que, finalmente, en un postrer intento por evadirme, aseguro que iré en taca-taca.
     - Genial –responde. Hay un apartado para el humor –dice con gran gozo. Yo iré con un gorrito de Papá Noël y de tu manita si hace falta. Tú ya sabes que lo importante es participar.
     - ¡Cría cuervos!

     Nota del autor
     Queridos seguidores:
    Os dejo una temporadita tranquilos mientras disfrutáis de unas merecidas vacaciones sin mis  historietas. Sin embargo, regresaré el 12 de enero. Espero que hayáis sido buenos y que los Reyes os hayan traído muchos regalos a todos.
     Que paséis unas felices Navidades y tengáis un próspero Año Nuevo y todo eso.

domingo, 15 de diciembre de 2013

La Susi ha desaparecido

     La Susi hace algún tiempo que está desaparecida. La crisis también ha llamado a su puerta. Ella, que es una chica desenvuelta, decidió, como tantos otros "JASP" -jóvenes aunque sobradamente preparados- hacer las maletas y partir en busca de un futuro más esperanzador que el presente que aquí tenía. Así, un buen día en que estábamos todos reunidos nos comunicó con su habitual desparpajo, como que no quiere la cosa, -y sin anestesia- que se iba a “hacer las Américas”.
     Como es natural, nos quedamos muy sorprendidos y repentinamente enmudecimos todos. Sentí que se mascaba la tragedia. El silencio fue total.
     El primero en reaccionar fue Pablo, su padre. Tan solo fue capaz, por un instante, de inspirar lenta y profundamente el aire enrarecido de la salita y dar un fuerte resoplido después. Luego se llevó la mano a la boca, apoyó el codo en la mesa y miró a ninguna parte. Estaba desolado.
     Yo lo observaba, entristecido. Sabía el terrible mazazo que suponía que la niña de sus ojos se marchara de casa. Ya hace algún tiempo, cuando estuvo de Au Pair, primero en Austria y después en Irlanda, costó trabajo acostumbrarse. Ahora, América... Demasiado lejos.
     Así estábamos: absortos y traumatizados por el anuncio de la Susi hasta que, finalmente, tras lo que parecía un inacabable silencio, mi mujer preguntó inquisitiva, en su estilo habitual, realizando una batería incesante de preguntas que disparaba infatigable, como una ametralladora:
     - ¿Qué? ¿A Argentina? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Por qué? ¿Nos escribirás? ¿Quieres que hable con Puri? Fabio, su marido, es argentino. Ya sabes que lleva muchos años aquí... y la verdad es que no le va mal del todo, ¿no?
     (Mi mujer en estado puro. Todos abatidos por el sorpresivo anuncio y, ella, en cambio, ¡como siempre!, a lo suyo).
     - Ya, pero es que Fabio vive en España y ella se va de España -recalcó Pablo con cierto retintín. Además, nadie ha hablado de Argentina – prosiguió. Allá tampoco están para tirar cohetes, dijo finalmente.
     - Irá a la América de habla hispana, tal vez a algún lugar de Sudamérica –supuse yo. Ahora muchos jóvenes están empleándose en Chile, un país que está alcanzando un cierto desarrollo económico y social.
     - La verdad es que... -titubeó la Susi- me gustaría poner en valor mis conocimientos de inglés y vivir en un país grande, acogedor, donde las oportunidades existieran realmente. Un país donde nadie se sintiera extraño... ¡¡¡Estados Unidos!!! -exclamó con energía.
     Bueno... Esta chiquilla siempre haciendo locuras -pensé yo. Ahora nos quedamos todos un poco huérfanos. Hasta mi Santa estaba preocupada por su porvenir.
     Ciertamente, una cosa era vestir vaqueros, tomarse una hamburguesa en un McDonald’s o en un Burger y beber CocaCola, y otra muy diferente era irse tan lejos para revivir "el sueño americano".
     ¿Triunfará la Susi en América? 
     Who knows!